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Quinta entrega de la novela quequenense, "Un lugar en el mundo" - Noticias de Necochea

ARTE Y CULTURA | 29 MAY 2020

Quinta entrega de la novela quequenense, "Un lugar en el mundo"

¿Cómo venis con la lectura de la novela? En la sección de Arte y Cultura en nuestro portal podés encontrar todas las entregas previas de la historia que Verónica Sordelli creó en nuestro distrito.




Buenos Aires

 

 

Emilia entró a su cuarto y se tiró en la cama, había viajado catorce horas en tren, estaba cansada.

El viaje se le había hecho eterno, en una fila viajaron sus padres con su hermano, ella en otra con Manuel.

Todo el tiempo sentía que la entregaban a los brazos de ese hombre, sin importarle a nadie sus sentimientos.

Fueron muchas horas de preguntas y más preguntas, parecía como si en un viaje quisiera que le contara toda su vida.

Cuando ya no soportó más el interrogatorio, no reparó en quedar grosera.

Aprovechó a cerrar los ojos, aunque no pudo conciliar el sueño, su mente estaba ocupada por Lorenzo y el amor que había quedado pausado hasta que volvieran a verse.

 

Manuel era esa clase de persona con la capacidad de ver siempre la parte positiva, nada lo ofendía, o se hacía el tonto. Todavía no lo había descubierto, pero eso le permitió, una vez que abrió los ojos nuevamente y cuando él intentó volver a las preguntas, decirle que no tenía ganas de hablar, que necesitaba estar en silencio.

¡Por Dios! Fue el viaje más largo de mi vida, dijo mientras recordaba esa frase.

Se sacó los zapatos con los pies, que cayeron de a uno al piso. Abrazó a su almohada y se quedó dormida.

En la cena de esa noche, no habló ni una palabra, no tenía intención de que saliera el tema recurrente de los últimos días. A la mañana siguiente ya regresaba al diario, era cuestión de comenzar a evitar a su padre con la excusa del trabajo.

 

Cuando el sol comenzó a salir, ya estaba levantada, preparó su vestuario, tomó su desayuno y salió de su casa para el diario. El coche con el chofer la esperaba en la puerta.

 

Para fin de siglo, las grandes ganancias del diario le permitieron comprar un terreno a pocos metros de la Casa Rosada, en pleno centro político de la ciudad, y mandar a construir un edificio palaciego, como símbolo de su poder. El imponente edificio La Prensa, con frente en avenida de Mayo 575, señalaba con contundencia el poder que tenía.

El edificio fue diseñado en Francia y realizado en Buenos Aires por los ingenieros Gainza y Agote, graduados de la Escuela de Bellas Artes de París. Poseía los mayores adelantos científicos y tecnológicos únicos de finales del siglo XIX: ascensor, telégrafo y cañerías doradas a través de las cuales se distribuía la correspondencia. En el primer piso, el diario tenía su propia oficina de correos.

El segundo símbolo representativo de La Prensa era su sirena, famosa por sonar para anunciar los acontecimientos más importantes. La sirena, anterior a la radio, fue uno de los pocos medios de comunicación a través de los cuales se difundieron de inmediato en la ciudad de Buenos Aires las noticias más importantes nacionales e internacionales. La primera vez que sonó fue el 27 de julio de 1900, cuando se produjo el asesinato del rey Humberto I de Italia.

 

 

Su padrino era un amigo de la infancia de su padre, ella le decía tío, tenían una hermosa relación y podía contarle todo de su vida, su tío la escuchaba. Cuando había algún problema entre Emilia y su padre, trataba de mediar, generalmente cuando consideraba demasiada estricta la postura de Augusto, whisky de por medio, lo persuadía, como cuando Emilia se negó a estudiar abogacía.

 

Qué sentido tiene que la obligues”, le había dicho en ese momento, “los dos sabemos que no es posible llegar al éxito si no amás tu profesión. Te prometo que acá va a estar cuidada, no voy a permitir que se meta en problemas, y realmente es una niña con una sensibilidad especial para hacer editoriales sociales”.

 

 

Fueron a almorzar a El Tropezón, un restaurante que se destacaba por el puchero de gallina.

Emilia le había mandado un telegrama a su tío por si a su padre se le ocurría corroborar si era verdad.

 

Miércoles presentación Storni en Mar del Plata, viajo a hacer editorial. Por si papá pregunta”.

Emilia Almada

 

 

Llegó a su a su casa promediando la tarde, su padre había regresado del estudio.

 

Las comidas con Manuel se repitieron noche tras noche. Emilia evitaba momentos de soledad con él, aunque no podía evitar que ganara más confianza en el seno familiar. El trabajo era lo único que la distraía. Le daba la energía que necesitaba para afrontar todos los santos días los embates de su padre.

Con su padrino no volvió a tocar el tema.

Hacía apenas unas semanas que había regresado y le parecía una eternidad.

Terminado su trabajo del día, se disponía a escribirle una carta a Lorenzo, en su escritorio, cuando un compañero se acercó.

Se dirigió casi corriendo a la oficina del director.

Golpeó la puerta y entró:

No escuchó la respuesta, cayó desmayada, sin que ninguno de los dos llegara a tiempo para evitar el golpe.

Escuchó y abrió los ojos, era su padrino que le daba palmadas en la cara, del otro lado Manuel hacía viento con un ejemplar de la prensa.

Golpearon la puerta, entró el doctor.

Al ver consciente a Emilia, invitó a los presentes a que se retiraran.

La interrogó y le tomó la presión.

Entró su tío al despacho.

 

 

Le entregó la orden, la envió a extraerse sangre y la citó para el otro día.

 

 

El día terminó con la reunión semanal de redacción, donde se evaluaban las publicaciones y se bajaban directivas acompañadas de la orientación política del diario. Un tema que a Emilia le apasionaba, pero aún no había llegado su momento de poder opinar.

En varias oportunidades pidió no asistir a esas reuniones.

Sentada y aburrida esperaba la finalización, así podía irse a su casa a descansar.

 

Hacía semanas que Emilia no se sentía tan feliz, mientras volvía a su casa, cerró los ojos y viajó a los brazos de Lorenzo, y así se quedó dormida.

Como todas las noches, Manuel estaba en su casa. Tomaba un whisky en el escritorio de su padre, se los escuchaba hablar de trabajo, no hizo ruido, no quería ver a nadie, deseaba disfrutar sola el momento y la alegría que sentía, se fue directo a su dormitorio, se tiró en la cama pensando en su amor y se volvió a dormir.

Se levantó desganada, apetito tenía mucho, pero ganas de verle la cara a Manuel, ¡no! Trató de echar el malhumor que le provocaba la situación. Era demasiada la alegría que le produjo la noticia del viaje a Quequén, nada ni nadie se la empañaría, entró al comedor con una sonrisa.

 

 

No reaccionó, jamás había evaluado esa posibilidad.

 

 

 

 

En otro momento y otras circunstancias, hubiese luchado por quedarse unos días más en Quequén, hubiese intervenido en el planeamiento de la nota, hubiese dado su parecer sobre el almuerzo programado. Hoy no le importaba nada más que ver a Lorenzo. Cosa que le extrañó demasiado a don Ezequiel, sabiendo que, si algo caracterizaba a Emilia, era la pasión sobre su trabajo y la necesidad de poner su impronta en cada uno de ellos.

 

Escribió unas líneas apuradas, bajó al primer piso donde funcionaba el correo.

 

Durante la cena informó a su familia sobre el viaje.

Emilia pensó que volvía a desmayarse, conocía a su padre y sabía perfectamente que no iba a cambiar de opinión.

 

Cuando lograron hablar sin que nadie los oyera:

Ya nada le importaba, y si tenía que viajar con él para poder ver a Lorenzo y contarle que iban a tener un niño, lo hacía.


 

Quequén

 

 

Querido mío.

El destino, ha decidido que volvamos a vernos, el sábado próximo, llegaré a Quequén.

La construcción del puente colgante es un acontecimiento para la provincia de Buenos Aires que merece un editorial en el diario. Nada me importa más que verte, abrazarte y contarte lo mucho que ha sucedido en este tiempo.

Te espero en nuestro lugar.

Eternamente juntos.

Emilia

 

Desde que leí la carta, conté las horas para volver a verla, llegué al faro a las nueve de la mañana, el tren arribaba a esa hora, no sabía si vendría directamente a verme. Este lugar nos mantuvo juntos todos los días que estuvimos separados, hoy que al fin la iba a ver, no me importaba esperarla el tiempo que sea necesario. Me levanté muy temprano, y me puse la ropa que uso para ir a misa los domingos. Quería estar lindo.

Escuché pasos en la escalera. Era ella.

Emilia seguía llorando.

Se secó las lágrimas. Su cuerpo se tensó, me tomó de las manos.

Sentí que me moría, que todos mis proyectos quedaban truncados. Me di cuenta de que ya no era la misma, seguro que se había comprometido y se casaría con ese rico. El padre había logrado su cometido y ella había terminado por aceptar que era lo mejor. Qué futuro podía darle un tipo que labura en la construcción, que gana para comer, a una chica que vive entre lujos. No la culpé, pero tampoco quería escuchar todas esas cosas, ya las sabía, y eran muy dolorosas para que ella me las recordara.

Las palabras de Ángel retumbaron en mi cabeza: “Son muchos los muchachos que he visto llorando cuando termina el verano”.

Desgarrado por dentro, pero con la fuerza que me daba mi orgullo, me mantuve en mi postura.

Me acerqué a la baranda, la vi irse, mis ojos la siguieron desde arriba hasta que subió a un carro.

 

Muerto en vida como me sentía, corrí a casa de Valentino.

 

Volví a casa para el almuerzo, Carlo rezongaba porque doña Josefa le insistía para que se bañara y él hacía retranca. Lo miré, ese chico había superado tantas cosas, la muerte de su padre, el abandono de su madre, que lo separaran de sus hermanos, y ahora, su problema era que no quería entrar al agua. Tal vez él nunca lo supo, pero fue el motor que me ayudó a seguir. Lo admiraba, con su edad, tan pequeño y fuerte.

Como nada es coincidencia en la vida, don Ángel me pidió que lo acompañara al hotel. No quería volver a ese lugar, pero no podía decirle que no. En el camino me preguntó:

En ese momento vi a Emilia que salía del hotel con Manuel.

 

Mi madre me contaba que había recibido mi carta, que se sentía muy feliz de saber que yo estaba bien, gracias a Dios cuando le escribí, no me encontraba en este estado. En ese momento realmente era feliz, habiéndome salvado de un naufragio, habiendo encontrado un matrimonio que nos adoptó como hijos y con un trabajo por delante, qué otra cosa podía pedir, y así se lo hice saber en aquella oportunidad.

 

Las cosas en Italia no han cambiado, tu padre sigue pasando las horas en la herrería, tu hermana continúa durmiendo en tu cama. Esta niña todas las noches dice lo mismo: “Madre, ¿me puedo acostar en la cama de Lorenzo hasta que él vuelva?”, y esas palabras hacen que hablemos de vos, e imaginemos cómo te encontrás.

 

Apenas podía seguir, las lágrimas volvían a mis ojos, pero esta vez de emoción. Continué leyendo:

 

Como te lo dije en la última charla que tuvimos, siempre vamos a tenerte entre nosotros porque te amamos y ese amor va a acompañar el crecimiento de tu hermana. Espero y ruego todos los días que te volvamos a ver, hace unos pocos meses que te fuiste, y aún no me acostumbro a tu partida.

Hijo, te amo.

¡Sé feliz!

Tu madre

 

La carta estaba fechada el 24 de diciembre de 1924. El día que conocí a Emilia. Nada es coincidencia. Pensé y guardé la carta en mi bolsillo.


Gracias por leer esta cuarta entrega de la novela! Los domingos a las 20hs publicamos nuevas entregas. Cualquier sugerencia dejanos tu comentario aquí abajo, escribinos a nuestro mail o a nuestras redes sociales.  También escribile aquí a la autora.