ARTE Y CULTURA | 15 JUN 2020

Novena y anteúltima entrega: "Un lugar en el mundo"

¡El próximo domingo es la última entrega de la novela! Hoy tenemos la entrega novena y aún estas a tiempo de ponerte al día. En la sección Arte y Cultura podes encontrar todas las entregas previas del libro de Verónica Sordelli.




Italia

 

 

La nave Principessa Mafalda, de la empresa Navigazione Generale Italiana, era un vapor de lujo, con un desplazamiento de 9200 toneladas, 147 metros de longitud, 16,80 m de ancho y podría navegar a 18 nudos. Tenía 158 cabinas de primera clase, 835 segunda y tercera, con 715 dormitorios para los inmigrantes. Su viaje inaugural al Plata fue motivo de encendidos comentarios: era el primer trasatlántico de gran lujo que uniría estas costas con el Mediterráneo y ostentaba el privilegio de ser uno de los buques más veloces de su tiempo. A partir de ese momento fue la nave predilecta de las familias pudientes argentinas, uruguayas y brasileñas que viajaban al Viejo Continente y un constante introductor de inmigrantes en sus travesías de regreso. El honor del nombre del buque le correspondía por la segunda hija del rey de Italia, la princesa Mafalda María Elisabetta Anna Romana di Savoia.

 

 

Llegamos al puerto de Génova, mis nervios y mi ansiedad hacía ya varios días que no me permitían dormir.

La primavera ya estaba en su esplendor, el día era cálido y soleado. Tenía urgencia de llegar a mi casa, hacía tres años que me había marchado, si bien la Argentina era mi tierra por adopción y Quequén mi lugar por elección, la cercanía con mis padres y mi hermana había despertado la desesperación de tenerlos en mis brazos.

Durante el trayecto pude ver que nada había cambiado, el aglomeramiento en el puerto de los que querían partir, la pobreza en las calles, muchas casas abandonadas y comercios cerrados. Fue grande la tristeza que me produjo.

 

Durante el viaje, tuvimos el tiempo de hablar de cosas que durante el noviazgo no habíamos hablado. La realidad de Italia y de su gente fue uno de los temas que tratamos.

El frente de la casa estaba igual, nada había cambiado.

Abrí de golpe la puerta.

Catalina entró a la casa con una sonrisa y los brazos extendidos para abrazar a su suegra.

Con ese comentario quedaba entendido que el colegio primario lo había completado. Lamentablemente en esos tiempos no se podían dar el lujo de seguir estudiando. Los varones comenzaban a trabajar con los padres, las niñas aprendían costura y los quehaceres de la casa.

Los ojos de mi madre perdieron todo el brillo que habían logrado con la alegría de mi llegada.

Se desplomó en la silla, las lágrimas volvieron, esta vez de dolor.

No escuché la respuesta, levanté la vista. Mi madre estaba totalmente vestida de negro.

Catalina se arrodilló a mi lado, tomó mi mano y la de mi madre.

Cata estaba preparando café.

Francesca abrió la puerta, se había transformado en una señorita, si la hubiese visto en otro lugar, seguramente me hubiese costado reconocerla. Tal vez la edad, o haber compartido con mi padre hasta su muerte, la había ayudado a superar la tristeza. Tenía la misma sonrisa cuando niña, esa que iluminaba el lugar donde se encontrara. Corrió a mis brazos, nos besamos y nos acariciamos eternamente.

 

 

Pasamos unos días con mi madre y mi hermana, y viajamos a Roma y Florencia.

 

Cata tenía la ilusión de conocer el Vaticano, yo no había salido de Génova, fue la primera vez para ambos. Disfrutamos los paseos por sus jardines. Y recorrimos las calles de Roma, enamorándonos de la Fontana de Trevi. Lo mismo nos pasó en Florencia con el Ponte Vecchio.

Me sentía feliz viéndola, pero mis pensamientos estaban centrados en resolver la situación de mi madre y Francesca.

 

Cuando regresamos recibí la noticia de que vendrían con nosotros. Saqué los boletos y en una semana ya estábamos embarcados con destino a la Argentina.

Esa sí sería la última vez que pisaría suelo italiano, era más el dolor que me producía que la nostalgia de haber nacido aquí.

 

La última tarde en Génova visité la tumba de mi padre.

 

 

Todo terminó. Nada me ata a esta tierra.

Coloqué una flor sobre su tumba. Seguramente la última que recibió.

 

Genaro Ingrassia

1870-1927

 

 

La Argentina

 

El viaje de regreso fue lleno de proyectos para mi madre y mi hermana.

Viajaban en un camarote de primera clase junto al nuestro.

Francesca estaba feliz, adoraba esa vida.

Los días en alta mar nos ayudaron a reencontrarnos y a lograr la cotidianidad perdida por la distancia. Les conté minuciosamente los tres años que pasamos separados. Y todas las personas que eran parte de mi vida en Quequén.

 

Josefa corrió a nuestro encuentro cuando bajamos del tren.

 

A nuestra llegada a Buenos Aires. Llamé por teléfono al hotel, poniéndolo al tanto de lo acontecido a don Ángel.

 

Abrazó a mi madre y lloraron juntas.

 

 

Buenos Aires

 

 

Guillermina había cumplido cuatro años. Emilia amaba con todo su alma a esa niña, que superó lo que su imaginación soñaba cuando la tenía en el vientre. La pequeña solía acompañarla a su trabajo. A temprana edad jugaba con las máquinas de escribir, y conocía a los compañeros de su madre por su nombre de pila.

Sus enojos eran enormes cuando le decía que ese día se quedaría con la niñera, que no podría llevarla. También era enorme el enojo de Ezequiel que la esperaba ansioso con caramelos.

Manuel había insistido durante varios meses con la posibilidad de darle un hermanito, cosa que Emilia y gracias a los avances de los métodos anticonceptivos, logró evitar.

No estaba dispuesta a tener otro hijo. Guille era producto del amor y de la pasión que jamás volvió a vivir. Ella y Lorenzo serían únicos.

Profesionalmente había alcanzado su objetivo, ser jefa de redacción. Todo lo publicado lo supervisaba, dándole un trato especial a su viejo amor, las columnas de interés general.

Fue así como en julio de 1929 decidió viajar con la pequeña a Quequén a la inauguración del puente colgante.

Partieron en tren el 20 de julio.

 

 

Quequén

 

 

Mi madre estaba feliz en la Argentina, yo agradecido de poder brindarle lo que toda la vida se mereció. Francesca comenzó sus estudios secundarios en el colegio nacional, inmediatamente que llegamos. Ya se encontraba cursando tercer año. Los pretendientes desfilaban, ella era libre, nada de novios me había dicho, quiero salir y divertirme.

Cumplió sus quince años con una fiesta inolvidable.

El comercio de lana había progresado año a año, las ganancias se habían incrementado, la demanda de lana seguía creciendo y la producción se había multiplicado, para cubrir las necesidades de nuestros clientes en la Argentina y en el extranjero. Mi suegro se encontraba muy delicado de salud, todas las decisiones recaían sobre mí.

Julito había cumplido tres años, Valentino y Sara esperaban su segundo bebé.

Mi matrimonio, más allá de los esfuerzos, no estaba funcionando.

Regresamos de nuestra luna de miel y fue Catalina la que insistió para que mi madre y mi hermana vivieran con nosotros.

Lo habían logrado, pero a los seis meses de nuestra vuelta, comenzó a impacientarse porque no quedaba embarazada, hasta con el paso de los meses obsesionarse con el tema.

 

Se transformó en una persona oscura. El tiempo en el que éramos felices ya no estaba, la extrañaba mucho, no era la misma, los días los pasaba rezando, y cumpliendo penitencias tras penitencias. Algunas tenían que ver con no salir por un mes. Otras con no comer carne, o pastas o lo que fuera.

Ya no quedaba intimidad entre nosotros, solo se trataba de realizar el acto sexual, seguido del llanto y la depresión cuando le venía el período.

Gracias a mi hermana y mi madre no estaba solo. Fran ponía la cuota de humor y mi madre me hablaba con mucho amor y ternura ayudándome a afrontar los momentos en la habitación con Cata, que cada día más rechazo me producía.

Una tarde no aguanté más, me fui a casa de Ángel y Josefa, ellos podían poner una luz al problema, tampoco habían tenido hijos.

 

Por supuesto que el comportamiento de Cata no pasó desapercibido para la familia, sus padres trataron de entenderla, durante un tiempo sintieron mucha pena por ella, pero luego provocó el mismo sentimiento de enojo que en el resto, ya que no demostraba hacer un mínimo esfuerzo por recuperar su vida. Valentino y Sara acudían todas las tardes a llevarle a Julito, eso la distraía. Pero lo sintió una traición cuando Sara anunció su segundo embarazo.

Sara, sin poder creer la reacción de su hermana, y entendiendo al fin que nada podía hacer al respecto, decidió no visitarla más.

Francesca, debido a su edad, no tomaba demasiada conciencia de lo que ahí se vivía, ella era alegre y feliz, mi madre colaboraba y hacía lo humanamente posible para que la rutina de la casa pareciera normal.

 

Tomábamos el desayuno con mi madre y Francesca, Catalina hacía tres días que no se levantaba de la cama, estaba con su período.

Siempre las conversaciones terminaban con esa frase.

 

 

Los festejos en la ciudad comenzaron muy temprano por la mañana, y duraron hasta avanzada la tarde, cerca de 6000 personas se hicieron presentes en las cercanías del puente. Desde la casa comunal una gran comitiva acompañó al comisionado municipal, señor Martínez Sosa. Alrededor de las 8 de la mañana arribó a la estación ferroviaria el tren, en el cual llegaban las autoridades nacionales y provinciales que asistirían a la inauguración. Entre ellos se encontraban el exgobernador de la provincia, el ministro de Obras Públicas, varios diputados y senadores. Luego de otros actos y visitas se procedió a las 15:30 a cortar la cinta, dejando inaugurada la unión entre Necochea y Quequén.

 

En el hotel, Emilia recibía a Francesca.

La niña ya se encontraba en la cama, su mamá le había dado la cena y la había arropado.

Utilizando sus dos manitos logró dejar parados cuatro dedos, provocando la sonrisa de su madre por el esfuerzo que le había causado.

La niña asintió entusiasmada, Fran se dispuso a complacerla.

 

Emilia estaba deslumbrante. La moda comenzaba a tener como vedette las espaldas escotadas, dejando el estilo charlestón para darle paso a los vestidos más ceñidos al cuerpo. El suyo, como la mayoría de su vestuario, había sido diseñado en el extranjero. Su cabello caía apenas cubriéndole la oreja, dejando a la vista un largo cuello que se unía a la espalda desnuda, con un único detalle: un collar de perlas que caía sobre ella.

 

Pasé a buscar a Valentino, Sara había decidido quedarse en la casa con Julito, su embarazo estaba muy avanzado.

Como la mayoría de los hombres presentes lucíamos esmoquin, el acontecimiento que se estaba celebrando lo ameritaba.

 

El salón estaba dispuesto con mesas redondas para diez comensales. Nosotros la compartiríamos con otros empresarios de la ciudad.

Fuimos recibidos por los mozos que esperaban a los invitados en la puerta con una bandeja de bebidas a elección.

Las charlas sobre el acontecimiento vivido en la jornada inundaban la noche. Valentino en cuanto entramos vio a un grupo de empresarios conocidos y nos acercamos a conversar con ellos. Escuchaba y asentía, el valor de los impuestos y una puja para aumentar las tasas portuarias no eran temas que me produjeran demasiado interés. Tal vez mi situación personal había colaborado para que así fuera, no podía olvidar la escena vivida antes de salir de casa. Catalina llorando en la cama, recriminándome.

Fue en vano querer explicarle.

Ella ya no escuchaba a nadie, su mundo era cada vez más pequeño.

 

Caminé con mi vaso de whisky en la mano a su encuentro. Siendo el abogado de la familia teníamos muchos temas que nos ocuparon hasta que los mozos nos invitaron a pasar a las mesas.

Como seguro sucedió con la mayoría de los presentes, no pasó desapercibida esa espalda desnuda. Su perfume me inundó, lo que mis ojos me permitían ver provocaron una exquisita sensación y la curiosidad de conocer si el rostro estaría a la altura de su cuerpo.

El director del diario local se encontraba conversando con ella, pasamos a su lado, hubiese deseado que me diera una pequeña posibilidad de saludarlo, para encontrar la excusa perfecta de conocerla, pero el tipo estaba demasiado interesado en no compartirla con nadie y se limitó a un movimiento de cabeza al verme, y seguir sumido en su conversación.

Fue divertido, pensé mientras me dirigía a mi mesa, sabiendo que la posibilidad de conocerla a lo largo de la noche se iba a presentar. El tema quedó en el olvido, las charlas entre empresarios y comerciantes siempre tenían un objetivo común, hacer negocios, por lo que era necesario estar atento a cada palabra que se decía o que se escuchaba.

Pasada la medianoche, el cansancio de una larga jornada se estaba haciendo notar. La orquesta tocaba en el gran salón, habían terminado todas las charlas formales dando paso a la diversión.

Caminé hacia la salida por los laterales del salón, tratando de evitar a los aficionados al tango que ya estaban demostrando su habilidad en el baile. Los grandes ventanales que daban al patio interno permitían renovar el aire, era pleno invierno, pero el frescor aplacaba el calor que provocaban tantas personas.

Una de las ventanas entreabiertas me permitió escuchar una voz, que me resultó familiar. Busqué la entrada de ingreso a los jardines. Vi a un grupo de mujeres reunidas, charlando y fumando, con ellas estaba Emilia.

 

Sus ojos me miraron, con la sorpresa del momento, pero sabiendo que había grandes posibilidades de que nos encontráramos. Seguramente leyó en los míos la tristeza que no se fue, ni siquiera con su presencia.

 

Caminamos juntos hasta el salón. La música y el bullicio apenas si nos permitían escucharnos.

Salimos a la calle y caminamos hasta el coche.

¿Qué nos estaba pasando?, ¿habían muerto los sentimientos o solo habían tomado otra forma?

Necesitaba romper el silencio, no estaba cómodo, ella tampoco, se movía intranquila en el asiento del coche.

 

Pensar en Fran rompió el caparazón que me cubría, mis sentimientos asomaron.

Saber a su hija cuidada por su tía la emocionó.

 

Hablamos a la vez.

Me adelanté a tomar la palabra.

 

Llegué a casa sin reconocerme, o mejor dicho odiando lo que había visto de mí, me costaba creer mi frialdad, intenté buscar en mis recuerdos. Desde el momento en que conocí a Emilia, aquel 24 de diciembre ingresando al salón comedor, siempre me despertó emociones. Esta vez no.

Abrí la puerta de la habitación y comprobé que Cata dormía. Agradecí por eso.

En el despacho llené un vaso con whisky.

 

Emilia, luego de comprobar que Guillermina y Francesca dormían, entró en su dormitorio. Cerró la puerta y las lágrimas la invadieron, su amor hacia Lorenzo estaba intacto, jamás lo había olvidado. La frialdad que mostró con ella la destrozó. No tenía otra opción que aceptar que se debía al amor a su esposa, y hasta fantaseó con la espera de un hijo. Desesperada buscaba un porqué. Desde el momento en que besó por primera vez a Lorenzo, le había pertenecido. Él y su hija eran sus amores verdaderos.

 

 

Guille había despertado, Emilia invitó a Francesca y las tres desayunaron en el comedor del hotel.

No quiso seguir preguntando. Había llegado el momento de escuchar todo de boca de Lorenzo.

 

 

 

 

Emilia llegó a las 9:30, ya la estaba esperando. Hacía frío, el sol era de ayuda, pero no alcanzaba.

Me abrazó. Al principio mis brazos quedaron al costado de mi cuerpo, y de a poco fueron subiendo hasta rodearla. Fue imposible resistirme.

El viento del sur soplaba con mucha fuerza, Emilia temblaba.


Gracias por leer esta Novena entrega de la novela! Los domingos a las 20hs publicamos nuevas entregas. Cualquier sugerencia dejanos tu comentario aquí abajo, escribinos a nuestro mail o a nuestras redes sociales.  También escribile aquí a la autora.