ARTE Y CULTURA | 4 JUL 2020

10°: Última entrega de la novela "Un lugar en el mundo"

Termina la historia de Verónica Sordelli. Desde Noticias de Necochea dejamos aquí el enorme agradecimiento a ella por socializar la historia que armó, y al público de nuestro portal que leyó semana a semana la historia. ¡Que disfruten!




La confesión

 

Preparé café, lo tomamos sentados a la mesa, el momento era incómodo, ninguno decía nada, nos mirábamos. Tomé la iniciativa.

Me acerqué a ella y la abracé con fuerza.

 

Estábamos sentados uno a cada lado de una mesa angosta que nos permitía tomarnos de las manos y mirándonos a los ojos pudimos desnudar nuestras almas.

 

Apenas podía contener las lágrimas, intentó pararse y venir a mi lado.

 

Apenas me salían las palabras, y ya casi me había quedado sin lágrimas.

 

Ya no sé si la escuchaba, me sentía una basura, los nudillos estaban blanco por la presión de mis puños que querían romper todo. El llanto de Emilia era desconsolado, pero siguió hablando.

 

 

 

Nos levantamos como pudimos de las sillas, nos abrazamos y lloramos como dos niños.

 

 

 

La vida siguió sin pedir permiso, escribiendo todas las hojas a su voluntad.

 

Con alegrías.

 

Mi amado Quequén progresaba día a día. Orgullo sentí al ser testigo de su crecimiento.

En enero de 1952, abrió al público sobre la costa la gran confitería Toubion, un elegante salón con inmensos ventanales con vista al mar, su construcción significó un adelanto, porque aparte de ofrecer modernos servicios al turista, trajo aparejada la apertura de la avenida costanera. El edificio luego se convirtió en la colonia de vacaciones Pinocho, que dio la oportunidad a miles de niños de todo el país de conocer el mar.

En 1960 comenzó la construcción del hogar Stella Maris, ya que hasta ese momento el cotolengo funcionaba en una humilde casilla de madera, con su broche de oro, la capilla inaugurada el 8 de febrero de 1964.

 

Carlo, un hermano casi hijo, creció y se convirtió en un hombre de bien, una satisfacción fue lo que me provocó todos los años que compartimos, tan pequeño cuando llegó a la Argentina, con una historia muy dura, que supo revertir, fue un hijo ejemplar para don Ángel y doña Josefa, que gracias a él fueron padres y hasta abuelos.

Francesca, mi amada hermana, que con su sonrisa siguió iluminando mi vida, desistió de una carrera universitaria, se casó y tuvo a su bello hijo Mateo.

Con Valentino, mi hermano de la vida, compartimos la pasión por nuestro querido club ministerio logrando verlo campeón en 1939. Fue mi confidente, el que siempre tuvo la palabra justa cuando la necesité.

 

Con tristeza despedí a seres queridos.

 

Primero a mi madre, a la que pude despedir con la tranquilidad de haber cumplido la promesa de estar con ella hasta su último segundo.

Después a Ángel y luego a Josefa, mi vida no me alcanzó para agradecerles lo que hicieron por mí y por Carlo, y fui un bendecido por haberlos conocido y amado como los amé.

Catalina nunca superó no haber tenido un hijo, abandonó su deseo de vivir, en vano fueron todos los esfuerzos, con su partida se fue una parte de mí.

 

 

Desde aquel día tuve la posibilidad de compartir con mi hija. Emilia cumplió su palabra, y cada verano venían a pasar sus vacaciones. Francesca fue nuestra cómplice, y en su rol de niñera, salían de paseo y me la llevaba, si bien jamás logré un vínculo de padre e hija, pude abrazarla, leerle un cuento y curar alguna rodilla lastimada.

 

El faro, hasta que los años lo permitieron, fue nuestro lugar. No existió una sola vez que tuviera a Emilia entre mis brazos y no agradeciera a la vida haberla conocido y amado.

Cuando ya las piernas pesadas por la edad no resistieron los 163 escalones, nos dimos cuenta de que éramos viejos.

Tomados de las manos lo miramos desde abajo, sabíamos que guardaría celosamente nuestra historia de amor.

 

Mi regalo a Guillermina fue la escritura de la casa donde me enteré que era su padre.

 

Ya nada quedó, de esta, mi vida, que se apagó en los brazos de mi amada, con una sonrisa y la promesa de que algún día estaríamos juntos para siempre.

 

 

Hoy

 

 

Cerré la carpeta, con la culpa de abandonar a Lorenzo y a Emilia entre esas hojas.

Me sentí feliz por haber sido la elegida para conocer la historia de amor más bella y triste. A la vez me embargó la responsabilidad de tener que decidir qué hacer con ella.

Todo cobraba sentido, caminé hasta el cuarto construido para Lorenzo y Carlo, pasé mi mano por la radio que aún descansaba sobre el aparador y yo no había visto. La mesa donde se revelaron sus verdades era la misma.

 

Llamé a Juan, le pedí que me llevara a casa de su abuelo.

 

Salí caminando de casa de don Julio, el aire del mar llenó mis pulmones, me sentí dueña del lugar, ahora me pertenecía, sus calles ya no eran las mismas. El hotel Quequén, separado de la arena por el puerto, apenas si se veía entre los siempre verdes, la plaza 3 de agosto, nombre que evoca el día y año en que nació la localidad, la iglesia del hogar Stella Maris, seguro con algunas reformas, ahí estaba, donde había funcionado la colonia de vacaciones Pinocho se levantaba un moderno edificio, confiterías, restaurantes y pubs siguieron acompañando mi camino.

 

Del monte Pasubio, apenas si se veía su hélice entre las olas.

 

Me encontré sentada en un banco de madera.

Pidiéndole perdón al mar por darle la espalda, observaba una casa, en su frente descansaba un viejo barco pesquero, con una bandera pirata izada en el mástil.

Sonreí, ya nada me sorprendería de Quequén.

 

Con una rosa entre mis manos, caminé las callecitas internas del cementerio que me llevaron al lugar donde descansan mis bisabuelos.

 

Solo una lápida con la leyenda:

 

Eternamente juntos”

Lorenzo - Emilia

 

 

El faro ya no era el mismo. Ahora con sus rayas dos negras y blanca fingía que nada había sucedido.

 

Juntos… Guardaríamos el secreto.