

Por Ale Marmol, integrante de la Agrupación Indiegesta
En enero del 2019, mientras tomábamos whisky y comíamos papas fritas con cheddar en el depósito de la cocina de “El Point”, Palo Pandolfo me explicó como sería el orden social que estaba craneando. Hablaba con entusiasmo, hablaba mucho.
No valía la pena criticar al capitalismo porque lo sufríamos día a día y el comunismo había fracasado en la práctica. El nuevo sistema funcionaría con células, cientos de asambleas entrelazadas que utilizarían un interlocutor para discutir los destinos en un concilio permanente. No habría presidentes, ni gobernadores, ni intendentes, ni jueces, solo asambleas que luego enviarían un representante. La tierra no sería de nadie por supuesto y tendría una importancia vital la ecología, la educación y la cultura en la toma de decisiones. Me invitó a participar del proyecto y ser quien llevara la voz de estas nuevas ideas. Tenía la convicción de que tanto recorrer el país con la guitarra al hombro le había permitido conocer a las personas indicadas en cada pueblo para que la revolución fuera llevada adelante. Acepté sin dudarlo por supuesto, honrado de enlistarme en su descabellado proyecto.
Mientras seguía explayándose en las acciones a seguir nos avisaron que era hora del show. Palo pegó un fondo blanco al vaso, apuró el charuto y tomó la guitarra. Dos minutos después estremecía al público con una versión descarnada y visceral de “El Ente” y los allí presentes sabíamos que esa piel erizada y las ganas de llorar que sentíamos era una ofrenda que Palo nos hacía. Estaba arrancandose días de su vida para entregarlos a nosotros:
Tu inocencia encerrada en una espiral ardiente
Clemencia le piden al Dios del hogar, le piden piedad
Hasta el mismo sol da vueltas impaciente
La rutina caracol lo destruye lentamente
Amuchadas sin tocarse cual moneda de alcancía van soñando con matarse
En un burdel de almas vacías
Almas vacías
Vagar con la soledad cobarde
Luchando por la verdad que sea rentable
Vagando por la soledad cobarde
Luchando por la verdad pero que sea rentable
Ese era Palo Pandolfo, el que cuando no estaba escribiendo un poema o cantando una canción, estaba tejiendo lazos para lograr un nuevo orden mundial o quizás creando alguna nueva religión. Era además el artista íntegro que dejaba hasta la última gota de sudor en el escenario, que se entregaba por completo, ya sea en los 90´ frente a 50.000 personas exaltadas o un verano cualquiera frente a 100 almas sensibles en un bar de playa en Necochea.
La muerte le jugó una muy mala pasada y lo llamó temprano, se equivocó, le tocó el hombro cuando todavía no era su tiempo, cuando estaba feliz porque tenía un sold out de su próxima presentación. Nos ganó la sorpresa y la tristeza y una parte nuestra también murió en esa vereda. Todos sentimos el vacío en el pecho, tanto Fito Páez o Andrés Calamaro como el mundo de la música independiente que siempre lo utilizó como bandera. Palo, junto a Rosario Blefari y Gabo Ferro conformaban el tridente que la cultura alternativa usaba para defenderse de los embates del mundo. En un año se fueron los tres, y ahora nos sentimos solos y desprotegidos.
Se han escrito en estos días palabras muy bonitas sobre Palo, y me siento cohibido frente a esta hoja en blanco que de ningún modo estará a la altura de las circunstancias. No tengo claro porque fui convocado pero entiéndase que no soy periodista. Solo soy alguien que tuvo la inmensa fortuna de ver a Don Cornelio y la Zona tocando en un antro chiquito de la Avenida Corrientes en el año 1987, que pudo ver varios recitales de Los Visitantes durante los 90', que saltó, cantó y pogueó con su música toda la vida, y que el destino quiso que nos conociéramos y que en el 2020 terminara durmiendo en mi casa mientras nuestras charlas alternaban literatura y música con deseos para nuestros hijos. Soy un hombre de suerte.
Palo fue mi compañía siempre como la de tantos otros, siempre estuvo ahí, siempre use su voz para expresarme, use su poesía para seducir y use sus canciones para gritarle al mundo. Quizás por eso no me pareció extraño que él en persona me proponga ser su voz una vez más en el alocado proyecto de una sociedad mejor.
Sé que se ha escrito mucho sobre Palo, que se escribirá aún más, y de todos modos será poco.
Sé que no tengo claro que decir o que agregar, y que seguramente a nadie importen mis palabras.
Sé que las personas se miden por el tamaño de su corazón.
Sé que Palo se murió, no se fue de viaje, ni cambio de casa, ni se fue de gira.
Sé que los humanos seguimos vivos mientras alguien nos recuerde y nos nombre.
Sé que la música y la poesía de Palo seguirán acompañándonos toda la vida. Entonces sé que Palo Pandolfo vivirá para siempre.
Sé que cerrar este texto con palabras del mismo Palo es mejor que cerrarlo con las mías.
Lo que sé, por Palo Pandolfo
(Publicado en el suplemento Radar de Página 12)
Sé que me interesa la letra A porque es una flecha que apunta al cielo.
Sé que un visitante es un espíritu encarnado que visita la tierra.
Sé que hay felicidad, pero que también hay dolor y que el dolor limpia el espíritu del visitante.
Sé que la canción es un arma para luchar para que el pasaje por la tierra no sea tan doloroso.
Sé que vivo en Paso del Rey por los colores de los amaneceres y atardeceres, y por el aire, que es aromático y puro. Que hay árboles frutales, calles de tierra y muchas aves.
Sé que ser padre es una entrega corporal completa, un ida y vuelta terrible, celestial, una relación no perecedera. Y que elaboro plegarias por el equilibrio entre los deseos y potencias de mi hija.
Sé que el objetivo de Don Cornelio era morirse.
Sé que Los Visitantes fue una banda de culto hasta el ‘94 y que si hubiéramos seguido drogándonos hubiéramos sido masivos.
Sé que el rock es muerte joven: Morrison, Hendrix, Janis Joplin, Keith Moon, Tanguito, Miguel Abuelo, Luca.
Sé que los que se matan están buscando algo.
Sé que la vida también tiene otras cosas.
Sé que quiero llegar a los 80 para escribir una novela. O a los 70.
Sé que mientras tenga una guitarra criolla le voy a dar de comer a mi hija.