viernes 23 de mayo de 2025 - Edición Nº3155

Sociedad | 20 may 2025

historia de vida

Marta Callave: la maestra necochense que enseñó a leer y escribir durante medio siglo

La recuerdan en redes sociales y la reconocen en la calle. Enseñó durante 47 años en las aulas de Necochea y sigue ahí, caminando entre exalumnos que la saludan con cariño. Su historia es también la historia de una ciudad y de una forma de enseñar que no quiere rendirse. Charla mano a mano con Martita, una amante de su vocación y de la ciudad.


Por: Ramiro Laterza

Martita es un mito en Necochea. Quienes hicieron la escuela primaria en alguno de los colegios públicos de la ciudad en la década del 60, del 70, en los 80`, los 90` y hasta entrado el nuevo siglo, la recuerdan con muchísimo cariño. Basta con mirar los comentarios en Facebook, ya sea en su propia cuenta, en fotos publicadas junto a ella o en el impresionante grupo que se organizó al cumplirse 100 años del Colegio Nacional, institución donde Marta pasó buena parte de su carrera.

Hoy, a punto de cumplir 86 años, me recibe en su departamento. Se mueve con parsimonia y amabilidad, y me habla como si no hubiesen pasado casi 35 años desde que me tuvo en primer grado, a principios de los noventa. Junto a su perrito, nos sentamos frente a frente en la mesa redonda de su pequeño departamento en la playa, compartimos mates, conversamos largamente y hasta nos emocionamos.

Lo primero que surge en la charla es su memoria. Reconoce que ha dejado una marca imborrable en miles de necochenses. “En general siempre me acuerdo quiénes son, y a todos les digo que lo que tengo mal es el físico, porque las neuronas las tengo a full”, dice, señalando una pila de revistas de sopa de letras y sudoku.

 

Los inicios de una vocación

Accede sin problemas a recorrer su historia. Todo transcurre en Necochea. Nació el 24 de mayo de 1939, en una familia numerosa con 5 hermanxs. Hoy solo viven ella, que fue la segunda, y su hermano menor. “Yo suponía que me iba a ir antes”, ríe. Él la pasa a buscar cada tanto para almorzar con sus sobrinos nietos y familia.

Marta cursó la escuela primaria en la Escuela No 2 y luego empezó el secundario en el Colegio Nacional, aunque más tarde se pasó al Colegio de Hermanas, “porque era el único colegio donde uno se podía recibir de maestra, que era lo que uno podía estudiar en esa época. Yo, por ejemplo, hubiera querido seguir arquitectura, pero no había posibilidad”, explica. Para poder pagar ese colegio, que era privado, trabajaba toda la temporada de verano.

 

En sulky y alpargatas: recuerdos como maestra rural

A los 20 años se recibió de Maestra Normal Nacional y como todo comienzo, fue como suplente, pero en el campo. “Lo primero fue en una casa de campo que le daba clases a los 3 nenes, después agarré en la escuela de Ramon Santamarina, luego a La Dulce”, recuerda y agrega que “antes los suplentes los mandaban a donde se les ocurriera.”

El destino siguiente fue en la escuela rural de Claraz, donde estuvo seis años. “Vivíamos las seis maestras de Necochea en una casa, unas iban al turno mañana, otras al turno tarde. Y los fines de semana volvíamos a Neco. Yo tenía alumnos que venían a buscarme en sulki para pasear.” Después de 18 años de suplencias, logró su cargo titular. “Porque antes nadie se jubilaba, las viejas seguían hasta eternamente”, agrega, siempre con su sonrisa irónica.

 

Maestra titular y otros cargos, hasta la jubilación

“Hola Martita! En 1975 fuiste mi maestra de 5o grado en la escuela No 1”, le deja escrito una señora en su muro. Es uno entre tantos mensajes que le llegan. Llegada la década del 80` ya como maestra titular, Marta pasó muchos años en la Escuela No19, en el barrio Cementerio. Allí, en algún momento, decidió formarse para integrar un equipo directivo. La única vacante disponible fue en una escuela en Las Cascadas donde asumió como directora.. “Ahí tenía dos alumnos. Era la directora, la maestra, la portera, era todo. Pero pasé un año hermoso con esos chicos, dos hermanitos. Y había veces que caminaba esos 12 kilómetros por el camino de tierra, al borde del río”, recuerda. Más tarde fue vicedirectora en la Escuela No 1 y directora en la Escuela No 2, mientras seguía dando clases en primaria en diferentes escuelas y, siempre, en el Colegio Nacional. Se jubiló en 1994 como maestra en Provincia pero seguió dando clases en el Nacional hasta el retiro definitivo en el 2009. En el centenario edificio de 57 y 58 dio clases 27 años en la primaria, alternando entre 1o y 2o grado con otra docente, Angela Comerio, conocida como “Titina”. En esas aulas dejó su legado principal enseñando a nenes y nenas a aprender a leer y escribir.

Fundamental: el método de enseñanza y aprendizaje

Marta repitió varias veces durante la entrevista que el cambio en la educación estuvo relacionado con una directiva pedagógica estatal: “cuando llegó el método que estropeó a los chicos para aprender a leer y escribir”. Se refiere al método Emilia Ferreiro, “que decía que los chicos aprenden a leer y escribir solos. Te explicaban: `vos fíjate que van caminando por la calle, ven lo de Coca-Cola y saben que ahí dice Coca-Cola`. Eso es verdad, pero de ahí a escribir, eso lleva un laburo de cerebro”, asegura aún con enojo. ¿Su método? “Palabra generadora: una letra y una palabra. Por ejemplo la M: 'mamá', y todas las palabras con M. Y eso lo aprendía en manuscrita y aprendía en imprenta. ¿Vos quedaste tonto por aprender a escribir manuscrita?”, me increpa. No opino.

Durante la entrevista, Marta recuerda una etapa clave de su carrera, cuando el Colegio Nacional pasó a depender de la Provincia. Ella continuó a cargo de uno de los primeros grados, mientras que otros dos cursos comenzaron a trabajar con el método de Emilia Ferreiro. "Venía la directora y me decía: 'Mirá la creatividad que tienen estos chicos, mirá cómo escriben'", cuenta Marta con una mezcla de ironía y preocupación. “Y yo veía que escribían todo seguido. Ellos no sabían cuáles eran palabras. Dibujaban lo que les parecía.” Frente a la admiración que despertaban esos trabajos, Marta se mantenía firme en sus criterios: “Yo les digo: a ver si ellos saben poner el día de hoy, con letra manuscrita empezando con mayúscula, el nombre de ellos con mayúscula. Y la dire me respondía: ‘No, todavía no han llegado, tienen que llegar a segundo’. Era una aberración”, expresa Marta aún indignada.

Cansada de esas discusiones, pidió el cambio a cuarto grado. Allí volvió a encontrarse con un grupo que ya había tenido en primero. Pero no tardaron en aparecer nuevas preocupaciones: “Después venían los profesores y hablaban de que los chicos no sabían matemática, no sabían usar la regla, no sabían medir.” Fue entonces cuando decidió asumir un nuevo desafío: “Ahí decidí ir a dar clases de matemáticas: porque vos al chico le podés enseñar lo que a vos se te ocurre enseñarle, pero con una metodología, con tranquilidad. No pueden estar como ahora todos revolucionados. Y hoy es un desastre”.

Para Marta, la raíz de muchos de estos problemas está clara. "Empezó todo con el Emilia Ferreiro, porque como no había que corregir, los chicos tenían que escribir como querían y donde querían. No había un orden en el cuaderno", sentencia, con el tono de quien lo vivió desde el aula.

 

Un gesto que cuida y enseña

Una anécdota que me recordaron mis amigas de la escuela antes de venir a la entrevista, tiene que ver con el cuidado cotidiano. Le comento: “Me decían que llevabas bombachas y calzoncillos para cambiar a los chicos cuando se hacían caca encima.” Marta asiente: “Sí, tenés que estar con ellos. Es verdad, porque por allá algunos se desgraciaban, tenían 6 años. Tenías que estar, y convencerlos de que no era nada grave eso que había pasado y convencer a los otros que no se tenían que burlar, porque a ellos les podía pasar en cualquier momento”.

Cambios en el aula: el bullying de hoy y de ayer

Marta no duda cuando le pregunto por el bullying. “Mirá, cuando yo ya estaba por jubilarme, ahí vi bullying”, dice. Recuerda claramente a una nena nueva, marginada por un grupo que venía unido desde el jardín. “Le hacían el vacío, y la nena lloraba”, cuenta. Un día, decidió intervenir: “Las agarré y les dije: ‘De ahora en adelante la tratan como una más, porque es una más. Ustedes no son hijos de reyes ni de nada, son hijos de personas normales, comunes como nosotros’”. Marta les agregó algo más de aquella niña: “¿Ustedes saben que ella ahora a fin de año se recibe de profesora de danzas españolas?”, recuerda orgullosa de la charla.

Para ella, el acoso escolar no es algo nuevo, aunque ha cambiado con el tiempo. “Cuando yo fui a la primaria había bullying, pero era un bullying distinto”, reflexiona. “Por ejemplo, al más gordo le decían: ‘Te vamos a correr hasta la cancha de Huracán’. Y si después se querían pelear, lo hacían en la cancha, pero no en la escuela, eran más respetuosos.”

 

Cuando la vocación encuentra su camino

La conversación deriva hacia el oficio docente. Marta es tajante: “No hay vocación ahora. Ahora se estudia maestro para una salida laboral”. Ella tenía otros sueños, pero encontró en la docencia su verdadera pasión: “Porque yo iba a ser arquitecta. Pero cuando empecé a ser maestra, a mí me apasionó el asunto. Yo hacía todos los cursos que hubiera para mejorar.”

El respeto en el aula también cambió, y eso le duele. “Ahora, por ejemplo, la maestra hasta le puede decir una mala palabra al chico. Hay una falta de respeto total. Les hablan de igual a igual a los chicos. Y no es de igual a igual, no son amigos.”

 

Una vida enseñando, una ciudad que no olvida

Marta sabe bien que dejó huella en Necochea. “Sí, soy consciente. Porque cuando camino por Necochea me dicen: ‘Martita, Martita, Martita’.” Se ríe mientras cuenta anécdotas recientes. “Ayer tomé un remis, íbamos conversando, y le pregunto: ‘¿Cómo es tu apellido?’ ‘Salvo’, me dice. Y me acordé que a Salvo lo había tenido en la Escuela 19 y era él.” O cuando, en la carnicería, se le acercó “un gigantón barbudo” y lo reconoció al instante. “¿Vos fuiste a la Escuela 2?” —le preguntó—. “Sí”, le respondió él. “Ah, fuiste alumno mío entonces.”La reconocen, la saludan, le agradecen. “Siempre me saludan en la calle, siempre con buena onda. Contentos de verme. Y me dicen ‘estás igualita, estás igualita’, pero no estoy igualita, estoy viejita”, dice entre risas.

Le comento que en mi primer grado, allá por 1991, ya tenía el pelo blanco y por eso nos parecía una señora mayor. “Desde los 20 años tengo el pelo blanco”, aclara. “Yo trabajaba en dos escuelas y en ambas tenía hasta 40 por aula. Di clases 47 años en total, imaginate. Siempre además en la región. En escuelas privadas nunca. Odiaba la privada.” Tiene claro qué significa para ella la educación pública: “Debe ser gratuita, como nos enseñaron los viejitos que pasaron ya. Porque si no hubiera sido pública yo no hubiera podido estudiar. Estoy muy chocha de haber sido docente. Y también docente de la escuela pública.”

 

Fanática de Necochea y el mar: agradecida de la vida

Y así como ama la escuela, ama su ciudad. “Siempre viví acá en Necochea. Yo la veo cada vez más linda. Yo veo que las calles están limpias, vemos gente trabajando, las plazas están organizadas. A mí que no me hablen mal de la ciudad porque soy fanática”. Aunque hizo sus viajes una vez que se jubiló -Córdoba, Mendoza, Ushuaia, Chile- el regreso siempre tenía el mismo sabor: “Yo añoraba regresar a Necochea. Los viajes estaban hermosos, divino, todos los paisajes que ves son espectaculares, pero no tienen este mar. Y este mar es maravilloso”, dice mientras mira por la ventana y da un cierre: “estoy agradecida a la vida”.
 

Martita junto a Ramiro Laterza 

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