

García Cuerva inició su discurso con una referencia bíblica, trazando un paralelismo con la situación actual de Argentina. “Experimentamos que se está muriendo la fraternidad, se está muriendo la tolerancia, se está muriendo el respeto. Y si se mueren esos valores, se muere un poco el futuro. Se mueren las esperanzas de forjar una Argentina unida”, expresó.
El arzobispo se refirió a un país con profundas heridas. “Nuestro país también sangra”, afirmó en uno de los pasajes más destacados, aludiendo a "tantos hermanos que sufren la marginalidad y la exclusión; tantos adolescentes y jóvenes víctimas del narcotráfico que en algunos barrios es un estado paralelo; tantas personas que están en situación de calle; las familias que sufrieron las inundaciones; las personas con discapacidad; tantas madres que ya no saben qué hacer y cómo evitar que sus hijos caigan en las garras de la droga y el juego; los jubilados que merecen una vida digna, con acceso a los remedios y a la alimentación; herida esta que sigue abierta y sangra hace años, pero que como sociedad tenemos que curarla pronto”.
En otro tramo de su mensaje, el arzobispo criticó duramente a los sectores que, a su entender, viven alejados de la realidad cotidiana. “Argentina sangra en la inequidad entre los que se laburan todo, y los que han vivido de privilegios que los alejó de la calle, de los medios de transporte público, de saber cuánto valen las cosas en un supermercado; alejados de la gente de a pie, no sienten su dolor, ni sus frustraciones, pero tampoco se emocionan con sus esperanzas y su esfuerzo diario por salir adelante”.
Críticas al odio y la descalificación
García Cuerva dedicó una parte significativa de su homilía a denunciar el clima de agresión y descalificación en la discusión pública. “La descalificación, la agresión constante, el destrato, la difamación parecen moneda corriente”, sostuvo, y citó al Papa Francisco al referirse al “terrorismo de las redes”. Advirtió que “el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental”, y pidió poner fin a la “guerra de las palabras y de las imágenes”.
Hacia el final, el arzobispo apeló a un tono más esperanzador y a la unidad: “Argentina, levántate, ponete de pie, vos podés, basta de arrastrarnos en el barro de las descalificaciones y la violencia, basta de vivir paralizados en el odio y el pasado, basta de estar con la esperanza por el suelo”. Llamó a “tomarnos de la mano y tirar para adelante reconociendo que el que tengo a mi lado es un hermano, no un enemigo o un ser despreciable a vencer”.
El mensaje culminó con una profunda reflexión sobre las carencias del país: “Muchos hermanos tienen hambre de pan, incluso revolviendo basura. Pero también hambre de sentido de vida, hambre de Dios, hambre de fraternidad, hambre de esperanza”. Insistió en que nadie puede ser mero espectador y que “las nuevas generaciones y nuestros hijos, se merecen que les dejemos un país curado, un país reconciliado, un país de pie y con horizontes”.
Tensión en la Catedral entre Milei y Villarruel
El Te Deum también fue el marco de un momento institucional cargado de simbolismo y tensión. El presidente Javier Milei y la vicepresidenta Victoria Villarruel compartieron por primera vez en semanas un acto público tras trascendidas diferencias internas.
Durante la ceremonia, el presidente, que ingresó caminando desde la Casa Rosada, no saludó a la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien había llegado por su cuenta y se ubicó en la misma fila. La misma actitud mantuvo Milei con el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, a quien dejó con la mano extendida, pasando de largo. El arzobispo García Cuerva, en tanto, había recibido al presidente en el atrio de la Catedral para realizar un homenaje conjunto frente a la tumba del libertador San Martín.