

Al recuperar la conciencia Francisca Rojas, declaró que un vecino había sido el responsable del crimen de sus hijos y luego la había atacado. Pero la investigación presentaba demasiadas dudas y algunas contradicciones en el relato de la mujer, levantaron sospechas. El fin de las elucubraciones se encontraría en la misma escena del crimen, en una puerta ensangrentada que contenía las marcas de una mano.
El jefe de la policía local mandó a preservar los trozos marcados de la puerta y recurrió a un amigo suyo que trabajaba en La Plata con la identificación de presos de las cárceles bonaerenses: el inmigrante de origen croata Juan Vucetich.
Siguiendo el descubrimiento de un antropólogo inglés, Vucetich había perfeccionado el estudio de las huellas dactilares, creando un sistema que permitía identificar personas. Cuando las autoridades lo aplicaron en las marcas recolectadas en la puerta, la ciencia habló: eran las huellas de Francisca Rojas.
Al ser contrastada con la prueba la mujer confesó el crimen de sus hijos y dos años después se convirtió en la primera persona en el mundo que recibía una condena judicial gracias a la evidencia obtenida por identificación dactilar.
El trabajo de Juan Vucetich fue reconocido inmediatamente en el mundo entero y su método de identificación todavía es aplicado hoy en las investigaciones criminales del mundo entero. En su nombre el 1 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Criminalística.
Hoy desde los controles en los aeropuertos, hasta los teléfonos celulares utilizan tecnologías basadas en el reconocimiento de nuestras huellas dactilares. Las mismas que hace más de un siglo impidieron que el crimen de dos criaturas que había ensombrecido la paz de Quequén, quedará impune.