

El episodio ocurrió en el barrio Fonavi, en la esquina de avenida 98 y calle 63. Esa mañana, tras llevar a su hijo de 10 años a la escuela, Vecino discutió con su ex pareja, Marta Esther Curuchet, con quien compartía el terreno aunque vivían separados. En medio de la pelea, le asestó un machetazo que prácticamente la decapitó. Luego cruzó a la casa lindante y atacó a sus hijas Rosa (22) y Etelvina (19), que intentaban refugiarse en una habitación. También mató a su hijo Roberto (24), que trató de escapar, y a Horacio Córdoba (70), un vecino que intentó intervenir y fue degollado en plena calle.
Las autopsias revelaron al menos diez heridas punzantes en cada víctima y signos de lucha. Todo ocurrió en menos de diez minutos. Un llamado al 911 permitió que llegara la policía, pero Vecino hirió a dos agentes, logró escapar y se atrincheró en un galpón, donde finalmente se quitó la vida.
La masacre dejó al descubierto un largo historial de violencia intrafamiliar. Daniela Vecino, una de las hijas que sobrevivió porque se había ido del hogar a los 16 años, lo denunció públicamente. En diálogo con C5N, relató que su padre era violento, golpeador y manipulador. “Me sacó a los pelos de la comisaría cuando intenté denunciarlo. Mi mamá le tenía terror”, contó. También recordó que su padre les pegaba con una manguera y que en la intimidad del hogar reinaba un clima de miedo constante.
A pesar de estos antecedentes, los vecinos lo describían como “un buen tipo”, sereno del cementerio municipal y delegado de una asociación de criadores de canarios. Incluso algunos colegas mencionaron las bromas macabras que hacía en su trabajo, pinchando cadáveres para asustar. Pero puertas adentro, la realidad era otra. “Vivíamos un infierno”, sentenció su hija mayor.
El hecho fue tan estremecedor que algunos medios comenzaron a compararlo con el caso de Ricardo Barreda, el odontólogo que en 1992 mató a su esposa, dos hijas y suegra. Sin embargo, por número de víctimas y brutalidad, el crimen de Vecino es considerado el segundo homicidio múltiple más grave de la historia argentina, superado solo por el caso de Mateo Banks en 1922, quien mató a ocho personas.
Nueve años después, la masacre de Necochea sigue siendo una de las páginas más oscuras en la historia criminal del país. El caso expone con crudeza las consecuencias de la violencia de género sostenida y naturalizada, así como la falta de respuestas institucionales que permitan prevenir tragedias de esta magnitud. La comunidad aún recuerda el horror de aquella mañana, mientras el nombre de Marta Esther Curuchet y de sus hijos asesinados se suma al grito colectivo de "Ni una menos".