

Mientras el dictador Francisco Franco avanzaba en una guerra civil luego de dar un golpe militar contra la República elegida democráticamente en España; su pares el alemán Hitler y el italiano Mussolini ordenaron lo que para muchos historiadores fue el primer ensayo de guerra total de la humanidad. Sobre la pequeña localidad vasca de Guernika los aviones arrojaron kilos y kilos de bombas explosivas y disparos de ametralladoras que cayeron rugiendo desde el cielo, masacrando a la sociedad civil. Un adelanto apenas, de las tácticas que pocos años después serían utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial.
Miles de habitantes vieron muertos en las calles a sus familiares y derrumbados hasta los cimientos los edificios del pueblo. De pie durante siglos, un árbol resistió para ser también testigo de ese episodio de inhumanidad.
Bajo la sombra de ese roble se reunían a deliberar las autoridades de los pueblos vascos desde la Edad Media. De hecho, apenas meses antes del infame bombardeo, Jose Antonio Agirre juraba allí mismo como primer “lehendakari” (presidente) del País Vasco como región autónoma de España con estas palabras: “Humilde ante Dios, de pie en nuestras tierras vascas, recordando nuestra herencia, bajo el venerable árbol de Gernika como presidente de mi país, juro servir fielmente mi mandato”. Era septiembre de 1936. Tiempo después con una ciudad destruída y la dictadura en marcha, Agirre se exiliaba en París. El cargo pudo ocuparlo otra persona recién con la caída de Franco y la vuelta de la democracia a España, mas de cuatro décadas después en 1980.
En 1944, 10 años antes de la inauguración del edificio del Centro Vasco Argentino Euzko Etxea en la esquina de 58 y 65; llegó a nuestra ciudad una muestra viva y original de la historia de este pueblo. El retoño del árbol sagrado de Guernika fue plantado por los miembros de la comunidad vasca necochense un 31 de julio en la Plaza Dardo Rocha, para reafirmar la identidad del pueblo vasco de este lado del océano y también para recordar aquél horror que se cobró tantas víctimas.
De esta forma nuestra ciudad cuenta con un símbolo que le permite a los vascos locales celebrar sus raíces cada día como hoy en el día de San Ignacio de Loyola. Y a todos los necochenses, sin importar nuestro origen nos permite reflexionar sobre el horror del que es capaz la humanidad cuando se olvida de valores tan básicos como la democracia y el respeto por la vida de todas las personas.