

El dato es rotundo: el 23,5% de los hogares en Mar del Plata está bajo la línea de pobreza multidimensional, un porcentaje que si bien ha mejorado ligeramente respecto al pico pandémico de 2020 (28,1%), sigue estando por encima del 18,7% registrado en 2018. La ciudad, que ya arrastraba desigualdades estructurales, se enfrenta a una emergencia social que no parece ceder.
El retroceso de las políticas sociales es otro factor alarmante en este panorama. La Asignación Universal por Hijo (AUH), que en 2020 alcanzaba al 16,7% de los hogares, en 2024 apenas cubre al 6,6%, una caída significativa que deja a miles de familias sin apoyo directo del Estado. La Beca Progresar también sufrió un retroceso, cayendo del 3% de los hogares en 2023 al 0,6% en 2024. Estos recortes han dejado a una gran parte de la población sin redes de contención social en medio de una crisis económica.
Mientras la pobreza crece, la gestión de Guillermo Montenegro se enfoca en medidas punitivas, sin ofrecer respuestas efectivas a las verdaderas necesidades de los más vulnerables. El intendente ha optado por operativos de persecución contra personas en situación de calle, trapitos y limpiavidrios, presentándolos como un problema estético que debe ser eliminado de las calles. Estos operativos no solo criminalizan la pobreza, sino que también deshumanizan a los sectores más necesitados, sin ofrecer soluciones reales como políticas de inclusión o programas sociales efectivos.
En sus redes sociales, Montenegro promueve con orgullo estos operativos, utilizando la imagen de la Patrulla Municipal para mostrar un aparente "orden" y "seguridad". Sin embargo, no hay programas de inclusión ni medidas para atender las causas estructurales que llevan a las personas a vivir en la calle o a trabajar en la informalidad.
La pobreza estructural sigue marcando el ritmo de la ciudad, y mientras el intendente arrancó su campaña como candidato a senador provincial por la Quinta Sección Electoral, Mar del Plata sigue siendo un claro ejemplo de cómo una gestión centrada en la represión y la persecución social no puede resolver los problemas de desigualdad. Montenegro, en lugar de brindar respuestas concretas para las familias más afectadas, continúa persiguiendo a los más vulnerables y ocultando la pobreza bajo la alfombra de una ciudad que, a pesar de sus esfuerzos, sigue enfrentando una crisis estructural de dimensiones alarmantes.