

Por: De la Redacción NdeN
El título ya lo dice todo, no solo por mala leche, sino porque en su soberbia no comprende reglas básicas del periodismo, como los límites de palabras para un título:
“Cómo fue el show de El Plan de la Mariposa, en la cancha de Argentinos Juniors, con amenaza de tormenta y con esas letras con aroma a grupo de autoayuda.”
En mis años universitarios, los manuales recomendaban no más de siete palabras en los títulos, objetivo difícil de cumplir. Obviamente nada es estanco, menos la escritura. Si bien siete palabras son pocas, treinta son un montón, y más para alguien que escribe desde una altanería poco acorde a la calidad de la nota. Sintetizar un concepto exige un poco de creatividad, esa misma que se le cuestiona a la banda necochense.
Estas palabras no buscan condicionar la crítica ni definir qué es válido decir en términos artísticos —no dispongo de las herramientas necesarias para eso—, pero sí hurgar en un vicio del periodismo en general: arrojar definiciones o acusaciones sin el mínimo esfuerzo por argumentar o justificar lo dicho.
“Un pastiche híbrido que no siempre tiene buenos resultados desde lo sonoro”, dice el autor para referirse a la búsqueda musical de la banda. Queda preguntarnos por qué caracteriza de “pastiche” la propuesta de El Plan y por qué, según él, no logra un resultado “desde lo sonoro”. La nota no ofrece un solo argumento o indicio que sustente tamaña afirmación.
Sigamos con más ejemplos: “Esos instantes —se refiere a los momentos personales en la dinámica del concierto— parecen planificados más por cuestiones aeróbicas que artísticas.” ¿Por qué? No dice nada.
Al autor tampoco le gusta la utilización que se hace del violín, ya que en algunos casos —no aclara cuáles— se usa con fórceps y no con “fantasía”. Me pregunto cuáles son, para el periodista, las coordenadas que ordenan un concepto tan subjetivo como el de la “fantasía”. ¿Hay posibilidad de objetivar la fantasía?
Strozza cita frases aleatorias de distintos temas:
“Nadie nunca va a vivir mi vida, mucho menos a morir mi muerte. Con el tiempo estaremos juntos celebrando por ir a la fuente. La fuerza de creer que es por ahí…”
“Estamos en la esquina de la sombra, mirando cómo sale el sol afuera. No paramos de empañar esos vidrios. Hagamos algo, que la vida vuela.”
Para el periodista, se trata de “botones azarosos de muestra (…) más cercanos a un grupo de autoayuda que a una banda de rock & roll”. No hace un debate gramatical de las oraciones ni de las metáforas utilizadas, sino que critica lo conceptual. El concepto de recomponerse de las adversidades no es un invento de El Plan ni mucho menos: existe desde los inicios del rock y de la música popular. Basta con revisar las letras de León Gieco, Spinetta, Charly García o Fito Páez.
La necesidad de superar las angustias de la existencia no es exclusiva de los grupos de autoayuda, ni opuesta al rock. Es, en realidad, uno de los pilares más antiguos de la reflexión filosófica humana.
Desconozco al autor y esta es la primera nota que leí de él —seguramente la última—, pero no me sorprende que en los grandes medios se prescinda del esfuerzo por argumentar o fundamentar las ideas. La búsqueda nace y muere en la viralización. En este caso, brotan la mala leche y las chicanas por todos lados.
Nunca estuve en contra de la provocación en el arte; al contrario. Pero de lo que se trata es que ese recurso no represente un salto al vacío, sino que genere un acto creativo como respuesta. Nada de eso ocurre en la nota en cuestión.
En 1953, Rodolfo Walsh escribió Variaciones en rojo, un cuento policial en el que el protagonista, un artista plástico llamado Duilio Peruzzi, era investigado por homicidio. Para distraer a los detectives, explicaba una metodología que supuestamente permitía crear una obra de arte a través de fórmulas y códigos capaces de ser reproducidos con solo descifrar el lenguaje utilizado.
Ojalá la nota de Strozza cayera en el pecado de querer objetivar el arte, la fantasía musical o el manual del rockero. Pero lo que hace, al igual que Duilio Peruzzi, es correr de foco el verdadero crimen que se quiere ocultar: la falta de búsqueda periodística y la entrega al mundo de los algoritmos.