

"Los domingos con la abuela"
Ramiro Laterza*
Abro un bloc de notas y finalmente me animo a lo que venía retrasando por un tiempo: ¿toda la vida? ¿o durante este aislamiento mundial, que nos tiene a todxs sensibilizadxs?
La cuestion es que tenía muchas ganas de hacer unos tallarines amasados y comerlos con un tuco con pollo. Eso y nada más que eso.
Vengo, como mucha gente de este bardo, cocinando mucho; aunque yo ya venía cocinando mucho ya que estoy viviendo solo en estos momentos y me encanta. Pero bueno, el bolsillo del contexto racionalizó las compras, compre un bolsón de verduras, 3 kg de pata muslo, 3 kg de alitas, 2 botellones de vino, y así vengo, surfeando la cocina.
Lo cierto es que tenía muchas ganas de comer esos tallarines, tengo mi pastalinda acá, Paulina quería que hagamos pastas este domingo, yo vengo levantandome medio temprano sinrazón. Lo venía pensando desde hace unos días, pero cuando este domingo me levanté 10 am un poco se me habían ido las ganas... luego me entretuve, me dio hambre y empecé con el plan.
A pesar de que siempre corro el teclado de lugar y como frente a la compu, decidí por alguna cuestion, que tremenda cocinada (no es para tanto) era para desenchufarse y comerla en la mesa mirando a la nada.
Después de todo el rito que hago con la olla de barro jujeña, guardar la pastalinda, ya cuando me senté con el plato servido, el vino, la silla, agarre una tenedoreada de fideos hechos por mi, y justo se coló un pedazo de pollo y lo ingresé a la boca, mi cabeza entró en otra dimensión.
Los tallarines de la abuela, dije. Eso era lo que quería. Ese abrazo nunca dado, ese te quiero abuela nunca dicho. Mi abuela Cecilia, la mamá de mi papá Omar, era una señora buena pero dura, brava, ácida, crítica y cítrica, aunque nunca con Gastón y Ramiro, sus únicos nietos. Con mi abuelo Lilo habían proyectado una vida distinta a los suyos: vendieron la parte del campo que le era heredada a mi abuelo, y a diferencia de sus creo que 11 hermanes (la única mujer, la tía Sara es la única viva hoy), decidieron no dedicarle el resto de su vida adulta a trabajar el campo, sino que vendieron la parte y se pusieron restaurant. Uno en neco, despues uno en Ezpeleta creo, o Quilmes, donde mi papá transcurrió gran parte de su adolescencia... otro en Neco, y finalmente una panadería en su Necochea Natal, adonde se jubilaron.
En esa casa a una cuadra de mi casa donde desde que tengo memoria ibamos todos los domingos a almorzar y la gran mayoría de veces eran tallarines amasados con tuco de pollo (del gallinero del patio). No sé si es que Cecilia lo tenía cagando a Lilo, o es que Lilo era tan bueno, tan optimista, tan felíz, no me dan las palabras para describir eso que era,
pero bueno, la cuestión es que la abuela mandaba y el abuelo acompañaba. Esto por lo menos desde que yo tengo uso de razón, de memoria, de capacidad de observar, digamos que con los abuelos ya jubilados.
No hay ninguna razón más para este relato que expresar eso. Me comí dos platos de fideos recordando a la abuela, con quien nos quisimos mucho pero quizas nunca pudimos decirnoslo, apenas casi demostrarlo creo, pero nunca nadie ni ella ni yo lo dudamos nunca. Miles de anécdotas junto a ella.
En cambio, con mi abuelo, cuando Cecilia falleció como en el 2011 y él tuvo que reencontrarse con su propia vida, luego de como 52 años de casados, él estuvo en el mundo solo un año más.
A él, al abuelo Lilo, en uno de sus últimos cumpleaños, que ahora pensando me doy cuenta que no recuerdo la fecha, como yo estaba en La Plata como tantos de sus ultimos cumpleaños, decidí no hacerle la llamada de siempre que era simbólica ya, porque él no escuchaba casi nada. Decidí mandarle a mamá por mail una carta, con una letra bien grande, y que ella la imprima y se la de en el cumpleaños.
Ahí sí, a él sí, yo había entrado en razón de que necesitaba decirle a ese tipo viejo, que seguramente se estaba por morir, que había quedado solo: que lo quería mucho, que me había enseñado mucho mucho de la vida, sobretodo ser bueno, sonreir, ser feliz: No lo iba a defraudar, a pesar de las tantísimas diferencias que, quén sabe, yo no lo sé, podríamos haber tenido a nuestras mismas edades. Logré decírselo en una carta, mamá me dijo que el abuelo lloró, que por eso no la podía leer él (como yo había pedido) sino que pidió que se la lean. No estoy seguro, no quiero mentirles ni hacer de esta carta un golpe bajo, pero creo que no lo volví a ver.
No tengo buena memoria y por eso, aunque mi consciente se niegue, necesito escribir. Y hoy, en este aislamiento tan particular que pasa todo el mundo, me pregunté, ¿porqué ser tan egoista y no compartir mi recuerdo, mis palabras? ¿Porqué en vez de subir a redes la foto detalle de los tremendos fideos, no cuento qué me pasa?
Extraño a los abuelos, a la abuela Cecilia, el abuelo Lilo, la abuela Azucena y todo eso que no vuelve más, solo vuelven, a través de los recuerdos, los gustos y las palabras, lo que queremos que vuelva.
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Ramiro Laterza es periodista y docente. Nació en Necochea y vive en La Plata. No suele publicar relatos propios sino más bien notas periodísticas, pero encontró en este Aislamiento una forma de sanar a través del relato, y halló en este #quedateencasa de publicación de relatos necochenses, un lugar para compartir sus sentires.