“Una pareja de canadienses, otra italiano-argentina, una australiana, una polaca, una francesa, un platense, una viajera de Bahía Blanca, dos hermanos necochenses y el anfitrión convivieron unos 10 días arreglando la huerta, sacando cardos, reutilizando un gallinero, ordenando la casa, cocinando con productos sustentados por el propio campo, fueron a la playa, disfrutaron tormentas eléctricas, la luna llena y las puestas del sol. Este campo que hospeda viajantes de todo el mundo comenzará en los próximos meses un proceso de mejoras e institucionalización del proyecto agro turístico y ecológico”.
Voluntarios de cualquier parte del mundo
Así terminaba una nota que escribí en enero del 2017, a un año y medio de la instalación de Seba en el campo. Ese verano pasamos varios días seguidos en Namuncurá sin señal y sin poder salir del asombro; durante algunas noches de encuentro y relax tras el trabajo soleado y con aprendizajes colectivos, decidí entrevistar a dos extranjeras presentes, como excusa para hacer una nota sobre el proyecto, y hacerlo público, idea que aún era difícil de procesar para el primo.
La cosecha
Describí a las chicas con simples párrafos: Holly Dixon pasó unos diez días en el campo y se caracterizó por su sana alegría y su trabajo arduo bajo el sol, limpiando los yuyales de la huerta y sacando cardos con la vieja azada que encontró en el galpón. Ella es de Australia y contó a NdeN que tiene 21 años y que su familia también es de viajar mucho. Aurore Jomier es francesa y tiene 28. Es muy seria a la hora de ponerse a trabajar, no distingue trabajo para hombres y para mujeres, agarra una barreta y de un tirón arranca una vieja chapa clavada a un durmiente. Recién ahí, cuando el viejo gallinero termina de caerse, se da vuelta y sonríe”.
Un tiempo después, en septiembre del 2018, convencí al primo de sacar otra nota pero más centrada en el proyecto. Él pasó varios meses y años, de invierno y de verano, ya sea encerrado en el ranchito, agachado en la huerta, pensando y pensando sobre Namuncurá, desde su título, la fuente de la letra, y obviamente, todo el resto del mundo que se avecinaba respecto a los visitantes, voluntarios/as, encuentros, dinero, inversión, mejoras, etc.
Y decía: “Sobre la calle 98, a 20 km del cementerio local, y a escasos 50 metros de la T que bifurca el Balneario Los Ángeles y las Termas del "Médano Blanco", hacia la mano derecha y apoyado sobre un inmenso monte de eucaliptos, aparece la tranquera de Namuncurá: un tradicional campo familiar que fue comprado en la década del 60 por la familia Laterza-Aguirregomezcorta.
Durante 30 años las tres generaciones familiares trabajaron de sol a sol hasta que, tal como sucedió con la gran mayoría de las familias, fueron parte del éxodo del campo a la ciudad que se fortificó a comienzos de este siglo cuando los tíos se jubilaron. Luego hubo una década de caserones, gallineros y huertas abandonadas. Sin embargo en Namuncurá alguien retomó el guante.
Visita guiada con estudiantes del Colegio Danés
Un nieto, Sebastián, entendió en el 2014 que con su experiencia de vida de viajes, relaciones públicas, pasión por la playa y el mar, y el gusto por la vida de campo donde transcurrió su niñez, podía amalgamarse en su proyecto de vida. Con la ayuda de amigos y voluntarios el muchacho recicló un viejo rancho de puestero, recreó la huerta, crió gallinas y se encuentra convencido en la idea de realizar un camping rural, centrado en un proyecto de sustentabilidad”, expresaba tres párrafos de la nota aquella.
Y ahí Seba me decía: "El objetivo es volver a hacer de Namuncurá, con su historia, un proyecto sustentable no sólo en lo económico (...) sino también en lo cultural: las enseñanzas de los abuelos respecto al trabajo en el campo, sembrar, cosechar, compartir, respetar".
Si 10 años después…
El pasado sábado 15 de marzo el proyecto Namuncurá cumplió una década. Quienes conocen de cerca el esfuerzo y la energía positiva que sembró esta idea individual desarrollada colectivamente, festejaron en el campo con fuegos, carpas y reposeras, charlas, comidas y damajuanas. Personas de todas las edades convivieron viernes, sábado y domingo con un clima perfecto. Mucha gente se instaló y otras pasaron al menos un rato durante el fin de semana a saludar. Algunas vecinas del barrio Los Ángeles, otras de Necochea, de otras ciudades de la provincia, de la Patagonia, de países hermanos, de Europa, y nómades que no tienen lugar de residencia actual.
El Seba preparando las velitas
Quienes no pudieron asistir al convite aseguraron que irán en los próximos meses y se autogestionarán su propio festejo, junto a Seba y junto a quienes coincidan en ese momento: esa es una de las tantas magias del lugar.
Ni siquiera el propio anfitrión, como tampoco el libro de visitas, pueden tener registro completo de todas las anécdotas del lugar en esta década. Charlas, festejos, silencios, gente que se instaló, otra que levantó campamento, fogones, guitarreadas, platos típicos de todo el mundo, luna llena, estrellas fugaces, satélites y tormentas. Un proyecto único en un lugar único, llevado adelante por mucha gente, pero con la valentía, la calidad humana y la sinceridad de Seba.
Eterno Panchi Mazzulo
Para conocer los detalles del lugar, su soñada cocina-comedor-living reciclado de un viejo galpón, sus viñas, huerta, gallinero, el pasto prolijamente cortado y sin alambrados, es preciso ir y conocer, escribirle por las redes sociales y arreglar una fecha para hospedarse.
Namuncurá no es solo un campo, ni un proyecto turístico: es un punto de encuentro donde las historias se entrelazan, donde la tierra y el mar conviven con quienes llegan para sembrar algo más que huertas. En estos diez años, cada persona que pasó dejó su huella, su energía, su aprendizaje. Y así, sin mapas ni planes rígidos, Namuncurá sigue creciendo, transformándose con cada nueva visita. Quizás ese sea su verdadero espíritu: el de un hogar abierto al mundo, donde lo importante no es solo llegar, sino compartir el camino.
Escribió para Namuncurá y NdeN, nuestro querido Rama, Later, Primo, Laterza.