

Hace ya tiempo venimos enfrentando cambios culturales que influyen en la manera en que vivimos. Me refiero al avance tecnológico y al cambio en la comunicación a partir de la aparición de las redes sociales.
La hiperconexión tiene aspectos positivos como, por ejemplo, la gran cantidad de noticias y opiniones que circulan por la red que garantizan pluralidad. Desde el punto de vista laboral, somos más eficientes y veloces en el intercambio de ideas, documentos y en la comunicación en general.
Accedemos fácilmente a la comunicación gratuita, rápida y hasta con imagen de video de muy buena calidad para conectarnos con familiares y amigos que se encuentran viajando o viviendo en otros países.
Paradójicamente, toda esta comodidad y facilitación comunicacional de la era digital presenta otra cara no tan beneficiosa. Este modo de usar las tecnologías hoy, en esta situación de aislamiento obligatorio, ya nos llevó al aislamiento como sociedad hace mucho tiempo. En una sociedad que vive siempre apurada, ansiosa y sin tiempo para la reflexión, la conexión real y la capacidad de vivir momentos de calidad, está disminuida. Podría decirse que este aislamiento que se ha materializado en una normativa concreta, metafóricamente ya existía.
Pensemos en las reuniones familiares, asados con amigos, cumpleaños. De repente, en la mesa tuvo lugar, al lado de cada plato, el celular y a partir de ahí el contacto directo quedó reducido por la conexión digital. El “contame de vos”, “¿cómo venís con tus proyectos?” incluso las anécdotas que nos hacían doler la panza de risa desaparecieron dando lugar, en el mejor de los casos, al “¿te mostré el video de?”…, “uy!, mira el accidente que hubo en la ruta…” Ni hablar de las mil historias de Instagram de nuestros contactos virtuales que nos ponemos a mirar, que también están en un asado con amigos haciendo uso de las tecnologías para mostrar lo que están haciendo.
En esta época de cuarentena, escucho mucha gente diciendo: “que ganas de un asado con amigos”, “que ganas de poder juntarnos a tomar algo!”, “ como extraño los almuerzos en familia”... y pienso en cómo eran la mayoría de esas reuniones y me pregunto: ¿Realmente existe alguna diferencia entre esta nueva manera de vincularnos, con la que veníamos teniendo? Yo la única que encuentro es que ésta está impuesta y a lo mejor por eso renegamos de ella. Tengo la sensación de que esta cuarentena vino a evidenciar una forma de vincularnos que ya habíamos adoptado hace tiempo. Y por otro lado tengo el deseo - entendiendo el deseo como aquello que nos moviliza hacia lo que queremos alcanzar - y no la esperanza (que te detiene en una espera inútil) de que esta situación nos permita replantearnos como nos gustaría volver a vincularnos, cuando todo esto pase.
María Natalia Arano
Lic. En Psicología MP: 40324